16 de noviembre, 2017
Publicado en: Entrevista Noticias Tecnología
Amanda Reitenbach es doctora en ingeniería química, y el més pasado visitó Chile desde Brasil como parte del jurado de la Copa Cervezas de América. Fundadora del Science of Beer Institute, ella desarrolló un prototipo electrónico para identificar aromas en diferentes tipos de cerveza, especialmente útil para encontrar compuestos indeseables.
Aprovechamos su visita para hacerle algunas preguntas sobre su invento, el E-Nose.
Cuéntame un poco la historia de este instrumento y cómo funciona.
El resultado de cinco años de investigación es una máquina del tamaño de una caja de bombones con capacidad para detectar 37 componentes indeseados. Para eso, la nariz electrónica usa inteligencia artificial que analiza los datos captados por la nariz virtual. Con la tecnología, la E-nose aprende los tipos de aromas y ayuda en la producción de cerveza.
Con los sensores electrónicos de la nariz precalentados, la muestra es “olida” por el prototipo. Desde ese momento, en pocos segundos el equipo indica qué sustancias existen en la muestra de acuerdo con los datos que la nariz fue entrenada para identificar.
¿Qué te llevó a crearlo?
El prototipo tiene la intención de ayudar a los productores cerveceros a adecuar sus productos para los diferentes tipos de clientes. Se podría ahorrar de R$10.000 a R$20.000 (entre 2 y 4 millones de pesos chilenos).
Más allá de las cuatrocientas fábricas que hay solo de Brasil, los bares podrían comprar este equipo para identificar los off-flavors –sabores indeseados– que pueden aparecer, por ejemplo, por fallas en la limpieza de las schoperas.
Eso sin contar de un número aún mayor de cervecerías y bares esparcidos por el mundo, en el Mercosur, los EE.UU. y hasta en Alemania.
¿Qué experiencias has tenido usándolo en la industria cervecera?
La identificación de los off-flavors de la cerveza no es algo nuevo. Un equipo llamado cromatógrafo gaseoso es capaz de identificar más de dos centenares de componentes, pero su precio prácticamente hace inviable la compra por parte de microcervecerías brasileñas. La inversión no es inferior a R$ 200 mil (unos 40 millones de pesos chilenos), a los que debe sumarse la necesidad de un pretratamiento de las muestras y de la presencia de un analista.
Comparando el equipo existente con mi prototipo, el cromatógrafo identifica el componente y la cantidad. El prototipo que he desarrollado no es cuantitativo, solamente identifica cuándo un compuesto está por encima de los niveles deseados como, por ejemplo, el aroma a mantequilla. Con eso, a pesar de no saber la concentración con precisión, el cervecero ya sabe qué corrección debe hacer en su proceso productivo.
¿Crees que pueda reemplazar la nariz de una persona experta?
Las grandes fábricas ya cuentan con grupos de personas entrenadas constantemente para detectar los defectos de las cervezas en paneles sensoriales. Pero garantizo que este invento supera la nariz humana. El ser humano tiene fallas. Entré en un grupo de trabajo y testeé mi nariz contra el panel. El acierto del panel fue de un 48% y el de la nariz electrónica fue de 98%.
¿Qué planes tienes a futuro para este instrumento?
Con la mirada puesta en una nueva era en el control de calidad en las microcervecerías, siento que tengo un nuevo desafío tratando de viabilizar la producción en escala de este invento que aún no ha sido bautizado.
Me gustaría fabricar este equipo en Brasil. Fue allí donde nació la idea. Ya desarrollé un prototipo para testear todos los componentes eléctricos, hardware y cableado. El próximo paso es encontrar un inversionista que quiera producir esta máquina en serie.
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